LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA DERROTA REPUBLICANA, DE GINÉS CAMARASA GARCÍA DE LA C.N.T. DE VILLENA (ALICANTE) HASTA SER INTERNADO EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE ALBATERA (ALICANTE)
Nos encontramos en el sub-comité Nacional de la C.N.T. en Valencia, calle Grabador Esteve 4, el día 27 de Marzo de 1939, cuando la derrota de la República es evidente. Ginés Camarasa García, responsable de Defensa ha recogido los pasaportes para poder embarcar en el Puerto de Alicante para marchar hacía el exilio, de los compañeros más significativos de la C.N.T. de Villena.
Poco antes ya han destruido quemado todos los documentos comprometedores que había en dicho Sub-Comité, para que no caigan en manos de las fuerzas franquistas.
Después de comer, casi al atardecer, marchan en coche: Ginés Camarasa y Jaime Ortín Cerdán (el moreno Churruca), también de Villena, que es primo hermano de Margarita, la esposa del buen compañero de Villena, Luis López (Santana). Jaime al ser zapatero, se trasladó de joven a Elda, por lo cual es más conocido allí por su actividad sindical.
Con el coche conducido por Jaime Ortín, enfilan la carretera en dirección a Villena, llegando a casa de Camarasa de 11h a 12h de la noche del día 28, en donde nos encontramos durmiendo mi madre, yo y mi hermana que va a cumplir 10 meses, por lo que nada más nos despertamos mi madre y yo, que llevamos una sorpresa y una gran alegría, al ver a mí padre aunque sea en esa hora tan intempestiva.
Después de tomar un bocado mi padre y Jaime; mi madre en una pequeña maletita, meterá un “para de mudas”, calcetines, pañuelos, una camisa y un jersey. Además de unas alpargatas y los utensilios de higiene y de afeitar, pues la demás ropa de abrigo, al hacer frio la llevaba puesta, calzando gruesos zapatos.
Nos explicó que venían a despedirse, pues marchaban hacía Alicante a ver si podían embarcar hacia el exilio, pero antes pasarían por Elda para que Jaime se despidiera de su familia.
Nos abrazamos y nos despedimos, tanto de mi padre como de Jaime, a quién ya conocíamos. Por cierto, no lo volveríamos a ver más, ya que al hacerlo prisionero en el Puerto de Alicante, como a tantos miles más, sería fusilado en el Cementerio de Alicante el 15 de Junio de 1939.
Después de pasar por Elda, se dirigieron hacia Alicante, llegando en la madrugada de dicho día 28 de marzo de 1939, conectando Jaime con los compañeros de Elda y Camarasa con los que encontró de Villena para darles los pasaportes, que solamente sería 11 los que podo entregar, que fueron los últimos que pudieron embarcar ese día 28 en el barco “Stambrook” que zarpó en la noche con dirección a Orán y sus nombres eran:
Andrés Victoriano Navarro Navarro de 49 años y de oficio agricultor.
Ginés Valdés Sánchez de 45 años y de oficio zapatero (primo de mi madre).
Ginés Lillo Cantero de 26 años y de oficio ebanista.
Candido Lillo Catalán de 45 años y de oficio camarero.
Francisco Blanqued García de 28 años y de oficio agricultor.
José Tortosa Moya de 44 años de oficio contable.
Marcelo Lillo Catalán de 43 años y de oficio comerciante.
Mateo Hurtado Galiana de 35 años y de oficio mecánico.
José Salinas Atienza de 45 años y de oficio zapatero. (Primo de Floreal)
Remigio Flor Camarasa de 36 y de oficio carnicero. (Primo de mi madre)
José Seva Verdú de 34 años y de oficio Ebanista.
Además, salieron con ellos 16 Socialistas de la U.G.T. de Villena.
Por cierto, cuando aún subía gente a primera hora de la tarde, los paisanos que ya estaban en el barco, le decían: – ¡Camarasa, vente con nosotros¡ Pero Camarasa por ética al tener los pasaportes de los compañeros que todavía no habían llegado del Frente, no lo hizo, pensaba que no podía dejar a nadie en tierra, y que como todos sabemos, los barcos no llegaron y ya no pudo salir nadie.
Conforme iba avanzando el día, eran más de los que se iban concentrando en el Puerto de Alicante, procedente de los pueblos cercanos y los soldados que bajaban del Frente, así que aquel barco ya no pudo acoger a nadie más pues ya iba a tope sobrecargado, y deseando que se hiciese la noche para poder partir a su destino, que como digo, era Orán.
Sería el 29 de marzo por la tarde, cuando empezaron a llegar a Alicante, las Fuerzas Ligeras italianas, que al ser motorizadas iban a la cabeza del grueso de las demás fuerzas franquistas.
De 25.000 a 30.000 hombres y mujeres se encontraban ya concentradas en el Puerto de Alicante a la espera de que llegaran los barcos prometidos, Camarasa recordaba que subida una persona a una farola, gritaba enloquecido viendo si llegaban los barcos hasta que se cayó de ella, mientras la mayoría se perpetraba con sacos de lentejas, que seguramente sería lo último que descargó algún barco y era casi lo único que tenían en los días que iban resistiendo, pero al ir pasando los días y ante las amenazas de los italianos para que se rindieran , al encontrarse más fuertes , pues ya habían ido llegando todas las fuerzas, que pusieron cerco a los últimos defensores de la República, optaron ante las ráfagas de las ametralladoras, por ir rompiendo los documentos que les podían comprometer y tirarlos al mar así como las armas que portaban, dado que al hacerles frente ya era imposible y hubieran hecho una carnicería, (aunque luego poco a poco y con los años la hicieran cobrándose miles de vidas), y según parece, cerca de 70 prefirieron quitarse la vida antes que entregarse, siendo el más conocido Máximo Franco Comandante de la 128 Brigada junto a Evaristo Viñuela Comisario de la 28 División, que también se quitó la vida. Los demás saliendo del recinto del Puerto, teniendo que pasar entre dos filas de soldados, que les iban despojando de lo que llevaban de valor, como relojes y plumas estilográficas, y hasta prendas de vestir llamativas como cazadoras de cuero; en fin que tuvieron que sufrir la humillación de aquel pillaje y robo a la descarada, de los que se llamaban los guardadores del orden: ¡Cínicos y farsantes!
Como en los días que estuvieron rodeados en el Puerto, tuvieron tiempo de hacer un campo de internamiento provisional, en un paraje a la salida de Alicante hacia Valencia; conforme salían del Puerto los iban formando en la Explanada y encaminándolos a dicho campo, que estaba en un terreno plantado de Almendros y rodeado de alambradas y custodiados por soldados que tenían la orden, que si alguna persona intentaba escapar, tiraran a matar, por lo que allí murieron bastante, alguno consiguió la evasión.
Aquel campo se le conoció, por el Campo de Concentración de Los Almendros, que dicho sea de paso, según me contó mi padre Ginés Camarasa, los que no tenían familiares que le llevaran comida, empezaron por comerse las almendras sin cuajar todavía, así como los tallos tiernos, para continuar con las hojas y hasta las cortezas más tiernas de las ramas, por lo cual aquellos pobres árboles quedaron como si les hubiera llegado la plaga de la langosta o les hubiese caído una inmensa y dura pedregada, por el estado lastimoso en que quedaron: “El hambre es duro”
Sería el 4 de abril, pues si no se anota no se tiene conciencia de los días que pasan, una hermana de Ginés Camarasa, como otras mujeres de Villena, llegaron a dicho Campo para llevarles comida, ya que ante la poca deficiente alimentación que les suministraban, y el ir terminándose las lentejas que habían podido llevar desde el Puerto, todo el mundo pasaba hambre, ya que hasta las lentejas las tuvieron que cocinar los prisioneros, en pequeñas fogatas cocinándolas con agua no potable, y en la tas de conserva y de leche condensada, que había sido lo que mayormente se habían llevado para marchar hacía el exilio.
Por ese motivo la llegada de aquellas mujeres con comida fue la única y gran alegría que recibieron en aquel funesto Campo: ¡Que valiente y decidida era mi tía María! Que se sacrificó por llevarle comida a su hermano Ginés en aquellas duras condiciones.
Cuando regresó María de llevar comida, del Campo de Los Almendros, ya que la compañera de Ginés estaba criando a su hija pequeña y nos contó la situación que estaba, se decide a hacer en el otro día un viaje a Alicante, pero esta vez acompañándole yo, que me faltaban un par de meses para cumplir los 13 años, y así poderles llevar más cantidad de comida, como así hicimos. Como los ferrocarriles marchaban muy mal, nos fuimos a un puesto de Control de carreteras que había a la salida del pueblo en el cruce de carreteras de Villena a Biar, así como el paso a nivel del ferrocarril de vía estrecha que va a Alcoy, conocido como el Chicharra, con la Nacional de Madrid a Alicante.
El motivo es, ya que en dicho control para todos los vehículos que van hacía a Alicante, para que uno de ellos podamos montar nosotros y después de estar un rato, viene un camión militar con suministro para Alicante, y ante la petición de los responsables del control, subimos a dicho camión, mi tía en la cabina en la que va el chofer y un soldado, y yo con los bultos de comida detrás en la caja, que iba tapada con un toldo, y en la que ya iba otro pasajero desde Albacete, y que al ser uno de los derrotados vuelve hacía Alicante que es donde vive.
Me acomodo sentándose sobre unos sacos, que resulta que son de pan, por lo que no se va muy mal, únicamente que el ir tapado por el toldo, no se ve ni se sabe por dónde pasamos, solo notamos cuando para, porque en los controles de los pueblos por donde pasamos, levantan el toldo para inspeccionar la carga, y se vé que es normal, que viaje gente como lo hacemos nosotros, pues no nos dicen nada ni ponen impedimento, continuando viaje hasta llegar a Alicante, en donde bajamos en la explanada delante de la Estación de M.Z.A y como el soldado nos ayudó a bajar los bultos, por ello y por el viaje les dimos las gracias.
Durante el viaje el pasajero que iba conmigo, sacó de un saco de aquellos, que luego volvió a cerrar, un chusco de pan y me ofreció un trozo que yo decliné, pues además de que había desayunado antes de salir de casa un buen tazón de sopas de café con leche, al ir cerrado bajo el toldo y con la marcha del camión iba casi mareado, así que aquel hombre dio buena cuenta del chusco, y por la gana que llevaba, seguramente en su fuero interno agradeció que yo no comiera.
Con los cuadros bultos, nos ponemos en marcha mi tía y yo, ella llevaba un bulto con comida en cada mano, y yo otro de comida en una mano, y en la otra un botijo de cinc metálico, lleno de vino tinto de Villena, que contenía de 4 a 5 litros, pues pesaba lo suyo. Descansando a menudo nos dirigimos andando al Campo de Concentración, que ya mi tía conocía, cuando en el camino y con la misma intención encontramos a una paisana joven, que también iba a llevarle comida a su novio que estaba en dicho Campo, y a la que yo conocía, ya que vivía cerca de donde vivíamos con nuestros abuelos maternos, en el barrio que se conocía por el Barrio Onil, en lo que se denominaba “El Raval”. Así que fuimos juntos caminando y comentando la trágica condición que se encontraban nuestros respectivos familiares, por el triste final de la “maldita Guerra”.
Así atravesamos todo Alicante marchando hasta llegar al emplazamiento del Campo, y cuál no sería nuestra sorpresa al encontrarlo vacío, únicamente alguna persona merodeando por él seguramente para ver si encontraban alguna cosa, ya que para que no se lo robaran los soldados, los prisioneros lo habían enterrado, pues mi padre según me dijo, así había hecho con una navajita que tenía. Pero lo que más nos llamó la atención, a parte de la suciedad del Campo con la gran cantidad de botes vacios, desechos y el olor, fue el aspecto que ofrecían los árboles que había, no había visto nada igual, pues no se sabía que clase de árboles eran, a pesar de yo conocer algunos al haber ido con mis abuelos bastante al campo, como es lógico. Cuando más tarde hablamos con mi padre supimos el motivo del lastimoso estado de aquellos árboles.
Por las personas que habían por allí, nos enteramos que a los prisioneros los habían trasladado a la Plaza de Toros y así como a algún Cine de Alicante. Por lo que nos decidimos a desandar lo andado, por cierto, que encontramos a un soldado de cierta edad, que nos pareció buena persona, y se ofreció al vernos tan cargados a ayudarnos con los bultos que llevábamos, cosa que en principio dudamos, pero ante su insistencia, y decirnos que el comprendía por lo que estábamos pasando, ya que él a pesar de haber estado haciendo la guerra con los nacionales, era un obrero del campo y sabía lo que había pasado. Así que aligerándonos un poco nos acompañó, yo fui el que más se lo agradecí, pues me ayudó llevando el pesado botijo con vino.
Empezamos el peregrinaje POR LA Plaza de Toros, ya que nos informaron de que era únicamente en donde había hombres, aparte del Castillo pero en éste, estaban los militares de graduación, y en los Cines estaban las mujeres. Después ir a la puerta y dar los nombres para que los llamaran y estar bastante tiempo sin recibir confirmación de su estancia en dicha Plaza, nos dijeron que lo más probable era que se encontraran en el Campo de Concentración de Albatera, ya que allí habían trasladado a la inmensa mayoría de presos.
Para ello nos dirigimos a la Estación que va a Murcia, pues esa era la línea que iba a Albatera, y al llegar a su vestíbulo vimos una gran cantidad de gente con la misma idea que nosotros, pero por desgracia nos enteramos que ya había salido el último tren con destino a Albatera, y ya no había otro tren hasta la mañana siguiente, y como era media tarde, pues se nos había pasado el día andando de un lado para el otro, nos sentamos en unos bancos que había fuera de la Estación en una especie de jardín, para poder descansar las piernas y los brazos y tomar un bocado, ya que con el ansia de llegar a nuestro descanso, pero como él ya había comido, nada más bebió del vino del botijo, que por cierto al llevar también sed, menudeó su “empinada de codo” y que nosotros por prudencia no le dijimos nada por habernos prestado ayuda, pero en nuestro fuero interno pensábamos, que le quedaría menos a nuestros familiares.
Estuvimos allí descansando hasta que casi escureció, y entonces pensamos el entrar al vestíbulo de la Estación o a los andenes, ya que la noche se presentaba fresca, a pesar de que había hecho un día de sol.
Entonces aquel soldado que se había portado tan bien, se ve que al no estar a acostumbrado al recio vino de Villena, empezó a portarse más raro y a insinuarse a la chica joven, por lo que nos pusimos un poco en guardia y en un descuido de él cogimos nuestros paquetes y nos dirigimos a unos almacenes que había frente la Estación, en vez de hacerlo a dicha Estación, pues supimos, que intentaría buscarnos en ella, en la puerta de uno de aquellos almacenes había un soldado de centinela con un fusil, el cual nos preguntó que donde nos dirigíamos, a lo que llamó al cabo y le explicamos lo que nos pasaba con aquel soldado y que tratábamos alejarnos de él, entonces accedió a que pasáramos a una gran habitación que había en el almacén, que era donde se alojaban aquellos soldados, que eran los responsables de guardar la Estación y sus alrededores, por lo que eran unos siete u ocho soldados con el Cabo, y como quiera que allí tenían colchonetas para descansar ellos, nos ofrecieron el que nos quedásemos allí a pasar la noche, nosotros ante el cansancio que llevábamos y el temor de volver a encontrarnos con el soldado, aunque prudentemente aceptamos y nos sentamos en unas colchonetas que tenían en un rincón y que ellos no utilizaban, pues había bastantes que estaban vacías. Como se iba haciendo la hora de cenar, aquellos muchachos se prepararon la cena ellos mismos, en vez de ir al Cuartel en donde le suministraban el rancho, que por cierto consistió en arroz con leche que cocinaron en una gran paellera, para la cual abrieron botes de leche condensada y disuelta en agua le agregaron el arroz, y cuando se coció bien lo sacaron para que se enfriara un poco, y en platos de aluminio y cucharas que nos dejaron ellos, nos pusieron unas buenas raciones de aquel arroz, al que como se supone no hizo falta echarle azúcar, y que entre la gana que teníamos y lo apetitoso que se veía, dimos buena cuenta de ello, ya que por las necesidades de aquellos tiempos no era frecuente comer lo que para nosotros fue una delicia.
Con las colchonetas y mantas, después de haber estado un rato de charla con aquellos jóvenes soldados, en la que nos contaron las ganas que tenían de que se terminara todo para poder regresar a sus pueblos con sus familias y que la mayoría era de la parte de Castilla la Vieja, por lo que era gente bastante amable y noble y sencilla. Nos acostamos en un estreno de la habitación, la joven en la parte de la pared, mi tía en medio y yo en la punta, y a pesar de estar vestidos, dormimos como lirones poe el cansancio que llevábamos sin que nadie nos molestase.
En la mañana siguiente nos despertamos y levantamos temprano, ya que tanto los soldados como nosotros teníamos preocupaciones y obligaciones y después de asearnos en un grifo que había en el patio, nos despedimos de aquellos amables soldados dándoles las gracias por su acogida, para dirigirnos a la Estación, que como digo estaba enfrente, allí hasta las 9h no salía el tren pero al haber bastante gente nos quedamos en el andén hasta que lo formaran, que cuando lo hicieron, era el clásico tren de vagones de 3ª con los asientos de madera, en el que cogimos asiento.
Se puso el tren en marcha y estábamos ansiosos por ver a dónde íbamos a ir sin parar, ya que aquellas tierras eran desconocidas para nosotros, fuimos viendo que había bastantes vegetación sobre todo palmeras, pero lo que más me impactó, fue cuando llegamos a Elche y cruzamos sus bosques de palmeras, eran inmensos y alegraba la vista, pero luego poco a poco al ir alejándose, las palmeras estaban más diseminadas y la tierra ya no se veía tan fértil, hasta que por fin llegamos a la Estación de Albatera, y que al apearnos en ella nos causó una gran tristeza, ya que la tierra se más esteril y salitrosa, sin indicios de haber mucha agua y también pocas palmeras diseminadas pot todo el entorno. En el tren lo mismo que en el camino que emprendimos para ir en donde estaba el Campo de Concentración, nos fuimos encontrando con otras mujeres de Villena, que como nosotros se dirigían a llevarles comida a sus familiares, y que yo recuerdo solamente a la compañera de Pascual Giménez, al tener mucha amistad con ella y sus hijos, ya que había sido socio con mi padre y Pedro Pujalte en un taller de ebanistería hasta 1934.
Cuando por fin llegamos las numerosas personas que teníamos familiares en el Campo, fuimos dando los nombres de los nuestros, para ser llamados por los altavoces del Campo, lo que fue una larga espera hasta que por fin apareció mi padre en la puerta del Campo. En el pudimos ver desde unos cinco metros, que era la distancia que nos dejaban estar, aquella cantidad de hombres desarrapados y sucios, rodeados por alambradas y custodiados por soldados armados, y en cuyo Campo nada más se veía unas solitarias palmeras, y unos barracones que eran ocupados solamente por los soldados, estando los prisioneros des protegidos las inclemencias del tiempo, que aquel año precisamente fue más frio y lluvioso, por lo que aún fue más doloroso y duro para los que tuvieron que soportarlo además de la triste derrota.
Al parecer como dijo mi padre, los soldados nos recogían los bultos con la comida, no teniendo contacto con ellos ya que los mismos soldados después de registrarlos se los entregaban, y se ve que mi padre habló con el oficial responsable que había en la puerta y me llamaron, por lo cual fuí hasta la entrada del Campo y abracé a mi padre, al mismo tiempo se acercaron un par de paisanos que yo conocí y me abrazaron, ya que al ser un chiquillo y el único que había, pues todos los demás visitantes eran personas adultas, a la que a ninguna dejaron abrazar a sus familiares que estaban en aquel recinto encerrados.
Con aquellas ansias por llegar allí y las peripecias que pasamos, no recuerdo que desde la cena del arroz con leche comiéramos nada, pero sé que en verdad no teníamos ni hambre por el cansancio que llevábamos.
Estuvimos enfrente del Campo toda la gente, viendo a la distancia como podíamos a nuestros seres queridos que también y dentro del Campo nos divisaban, yo recuerdo en primer lugar a Pascual Giménez, Pedro Pujalte, Lorenzo Navarro Richarte y Ramón Domenech “Moliné”, que eran a los que más conocía, y como no nos dejaban que hablábamos con ellos, nada más nos comunicábamos por señas, por cierto a mi padre le llamaron la atención al indicarme a Ramón Domenech, que al ser barbero mi padre hizo el gesto de que afeitaba, y se creyeron que saludaba con el puño, menos mal que no pasó nada, pues por nada salían castigar a los prisioneros y a más de uno por acercarse a la alambrada le habían pegado un tiro, y es que esa era la orden: ¡Ante cualquier duda, tirar a matar¡
Como el tren en el que habíamos venido, quedó formado para volver otra vez en una vía muerta, sobre las tres de la tarde nos avisaron de que el tren volvía a Alicante, y con la consabida tristeza, nos despedimos con las manos, de nuestros seres queridos que dejábamos en aquel infierno que era el Campo de Concentración de Albatera, volviendo a conformados por haber visto vivos a nuestros seres queridos, que cuando tiempo después estuvo mi padre con nosotros, nos contó que debido a las penalidades, mucha gente enfermó y murió, además de la que mataron por cualquier motivo, ya que la gente en su desesperación intentaba acercarse a la alambrada para ver el exterior, ya que allí en el Campo el panorama era desolador y humillante, pues no se podían asear bien y hacer sus necesidades, ya lo tenían que hacer sobre unas zanjas que habían en un extremo del campo, y a la vista de todos, por lo que la mala olor se extendía en todo el campo, además como he dicho, sin ningún refugio para guarecerse de las inclemencias del tiempo, y lo mismo de día que de noche con la ropa puesta, por lo que abundaba la miseria, y nada más cierto de aquel refrán: “Al perro flaco, pulgas con él”.
Al llegar a Alicante pronto, pues no estaba Albatera muy largo, nos dirigimos a la otra Estación de M.Z.A. para coger el tren para ir a Villena, bien entrada la noche. Por cierto, no se pagaba, ya que no había dinero de los nacionales, al haber sido cancelados casi todos los que había en la zona republicana.
Explicamos toda la odisea que habíamos tenido mi tía María y yo, que había resultado positiva, ya que habíamos visto a nuestro padre y le habíamos podido entregar toda la comida que llevábamos para él, pasando seguidamente a descansar por fin en nuestras camas.
Pero cual sería nuestra sorpresa, cuando en el otro día después de haber descansado, sobre las 12 ó la 1 de la madrugada, estando durmiendo en casa de mis abuelos, que era donde vivíamos, en una pequeña ventana que daba a la calle, llamaron despacio, pero al dormir allí mi madre lo oyó perfectamente, reconociendo por la voz que era mi padre, por lo que le abrió sigilosamente, con la consabida alegría de verle.
Tan silenciosa fue la llamada como la entrada en casa, que no se enteró “ni Dios”.En la parte más alejada de la puerta de la calle, nos fue abrazando al ir despertándonos en silencio a toda la familia, que con gran emoción y alegría antes de acostarnos, nos explicó bajito como fue su salida del Campo de Albatera, que fue poco más o menos así: Dado que aquel campo no reunía condiciones para albergar a tantas miles de personas, (así como a mantenimiento, en cuanto la comida era fatal), optaron por hacer unos pases de salida para los de la provincia de Alicante, con la promesa de que se presentaran a las autoridades locales, ya que ellos desde el Campo les irían mandando las listas de los liberados, diciéndoles para que se confiaran, que los que no tuvieran delitos de sangre, no tendrían nada que temer. Para la entrega de dichos pases, pusieron un par de mesas en las que un teniente del ejército, en cada una, les interrogaba ligeramente, y si no había motivos para retenerlos les daba dicho pase, estando exentos los más jóvenes que se encontraban en edad militar. Al haber dos mesas, en una el teniente era más benevolente y daba los pases a casi todos y en la otra era más estricto y mandaba a más gente regresar al Campo, por lo que una mesa tenía una enorme cola, y la otra era más escasa. Como en la del benevolente se habían puesto todos los de Villena y tardarían mucho en salir, mi padre optó por la otra mesa, y contándole mi padre un “cuento”, que era: al tener 40 años lo habían movilizado para fortificaciones, cogiéndole el final de la Guerra en la parte de Valencia, y al llegar camiones para llevar a la gente hacía Alicante, él había montado para ir al pueblo de Villena de donde era natural, pero que al pillarte en el Puerto, lo habían cogido con lo demás prisioneros, pero que él lo que deseaba era ir a Villena e ir a trabajar a las tierras que tenía de su padre, por lo que consiguió salir el primero de los paisanos que había. Despidiéndose antes de los compañeros y amigos que no les daban la salida, dejándole la comida y nada más cogiendo unas onzas de chocolate y un trozo de pan, salió rápido de aquel fatídico Campo, viendo que todavía no lo había hecho ninguno de los que estaban en la otra cola. Enfiló la carretera que va a Crevillente para poder coger algún camión de los que por allí pasaban, ya que en la Estación que estaba a la derecha ya no salía ningún tren hasta el día siguiente. Cuando llegó al paso a nivel de dicha carretera, se paró con el guardabarrera, que amablemente le sacó una banqueta para que se sentara a esperar, ya que vio de dónde venía. Estuvieron un rato hablando sobre la dureza del Campo de concentración, pues al ser un obrero del ferrocarril no tenía nada de franquista.
Estuvieron hablando un buen rato en el que aprovechó Camarasa, para comerse el pan con chocolate para reponer fuerzas, ya que al no ver venir a ningún paisano él optó por irse andando carretera adelante. Antes de irse, aquel hombre le dio un vaso de agua para calmar la sed que le había dado la merienda cena y emprendió la marcha carretera adelante. Camarasa había sido siempre muy andarín, y con el pase en el bolsillo como la documentación más segura, lo que interesaba era alejarse lo máximo posible de aquel lugar donde tanto había sufrido y se quedaba gente sufriendo.
Más tarde Camarasa se enteró de que el motivo de no ver a ningún paisano salir del Campo, fue que tardaron en darles los pases. En la mañana del otro día se esperaron en la Estación del tren y enlazaron en Alicante con el que iba a Madrid llegando aún de día a Villena, pero bastantes horas más tarde de haberlo hecho Camarasa por carretera. Al bajar en la Estación fueron vistos por los falangistas que había de vigilancia allí, y que para “no espantar la liebre” no se metieron con ellos, pero los tuvieron controlados. Al otro día el que no se presentó lo fueron a buscar a casa, sin embargo de Camarasa como no supieron nada ni molestaron a la familia. Además si a alguno le preguntaron por él, todos coincidieron en declarar, que seguramente al salir del Campo de Concentración se habría ido para Barcelona como había hecho otras veces, por ese motivo no molestaron a la familia pues supusieron que estaría en Barcelona.
Camarasa al seguir carretera adelante, pasó cuando ya era de noche, (ya que a primeros de abril oscurece pronto), por lo que se conoce por la Garganta de Crevillente, recordando Camarasa la leyenda de un legendario bandido, que había habido en tiempos antiguos, al que apodaban Jaime “el barbudo”, por la enorme barba que llevaba y su fiereza, pero ahora ya no era tiempo de tener al “barbudo” sino a otros más rapados.
Cuando ya había pasado la mencionada garganta, vio por el reflejo de unos faros que a sus espaldas y en la misma dirección que él llevaba, venía un camión, pues en contra ya habían pasado algunos. Por lo cual poco antes de llegar a su altura, les hizo la señal para que pararan, comprobando que era un camión del Ejercito. Iba hacía Albacete para recoger suministro alimenticio, que allí tenían la base para el abastecimiento del ejército, lo que le venía muy bien al pasar por Villena. Subió al camión y estuvo en la cabina con el chofer y un soldado, y él muy sagazmente, le explicó que iba a Biar, un pequeño pueblo que había a la derecha de Villena. El viaje transcurría bien, yendo por aquella carretera por Crevillente, Aspe y Novelda, en dónde enlazaron con la nacional que va a Madrid, pasando por Elda, Sax y Villena, pero que él estuvo al tanto y antes de llegar al pueblo, para eludir el Control que había a la entrada de Villena y temer ser reconocido, les dijo que pararan sobre un kilómetro antes en un paraje denominado al Puente de Regajo. De allí salía una carretera o camino hacia la derecha y les dijo que por allí acortaba camino para ir a Biar. Desde allí se podían divisar las tenues luces de su pueblo, por lo que bajó y les dio las gracias por el viaje, continuando ellos con el camión hacía Albacete.
Cuando se apeó, se encaminó por un camino que él conocía bien al tener un bancal su suegro, con la intención de eludir dicho Control, y pasando por detrás a cierta distancia bordeando la Sierra que se conoce por la Peña, entró sin pasar por las calles más usadas, y de ese modo, como ya he dicho, llegó a casa de mis abuelos, sin ser visto ni oído por nadie y así no supo nadie nunca que había venido a Villena. Por cierto, al ver las autoridades que había gente de Villena en Albatera, fueron unos falangistas en una furgoneta y la correspondiente documentación y recogieron los jóvenes que habían quedado en el Campo y los trajeron a Villena entre ellos Juan José Sacramento entre otros jóvenes de las Juventudes Libertarias, que pagaron años de cárcel al que no eliminaron, además de las torturas que sufrieron. Camarasa se pudo salvar.